EL FINAL DEL VERANO

 

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Tras un largo y tórrido verano, con temperaturas altísimas que no daban respiro y sequía en la mayor parte del país, por fin, llega la lluvia. Fuertes tormentas están barriendo España de arriba abajo, se aproximan a Barcelona y, seguramente,  bien pronto arribarán las copiosas lluvias y descenderá ya la temperatura.

Con puntualidad llega el fin del verano. Empieza el cambio de estación, el tiempo de volver al hogar. Lluvia y viento se llevan consigo el verano, es el fin de un ciclo.

En la naturaleza al ritmo que disminuía la luz solar se han ido recogiendo los frutos que generosamente ha dado la tierra: trigo, maíz, uvas, judías,  melocotones, tomates, manzanas…

La brillante e intensa luz veraniega trajo esta abundancia de granos y frutos. Ahora comienza el tiempo de guardar y organizar ese tesoro, hacer las conservas, mermeladas y vinos, almacenar a resguardo los granos y los frutos.

Nosotros también regresamos a casa morenos y con las pilas cargadas, repletos de propósitos y planes para el curso que comienza.

Ahora que el verano finaliza, da comienzo la quinta estación, el momento de la transformación, de la transición entre un ciclo y otro. Finaliza el ciclo yang y pronto dará comienzo (21-9-17) un nuevo ciclo yin.  El período entre ambos es la quinta estación, regida por el elemento TIERRA.

Según la teoría taoista de los cinco elementos, hay cinco estaciones a lo largo del año, cuya naturaleza está relacionado con tales elementos. Esa “quinta estación” que no reconocemos en el calendario occidental,  corresponde al elemento TIERRA. El período propiamente dicho sería el que conocemos con el nombre popular de “veranillo de San Martín”, época especialmente calurosa entre finales del verano y principios del otoño, que, tradicionalmente,  era el momento de la cosecha o “verema”.

La TIERRA  fértil y estable a la que llamamos nuestra madre, no sólo nos proporciona nuestros alimentos, es también nuestro apoyo, sobre el que estamos en pié o descansamos, es nuestro útero y nuestra tumba.

La tierra al girar alrededor de su eje cada día y alrededor del sol cada año, se relaciona con los ciclos de la naturaleza, con el hombre y la mujer, la noche y el día, el frío y el calor, el yin y el yang y es el centro de los demás elementos y de las dualidades. En el sistema chino, el centro es la dirección asociada con el elemento tierra. Todos nos encontramos a su alrededor y ella nos rodea.

Durante la fase yang del año que ahora estamos concluyendo, la energía se mantuvo en dirección ascendente y hacia afuera, por ello los brotes, las hojas, las ramas, las flores y los frutos fueron creciendo sucesivamente en el transcurso de la primavera y el verano, respetando esa dirección energética. Cuando comience el otoño y en su sucesivo invierno,  la energía se  dirigirá hacia abajo y hacia adentro, por ello las hojas amarillearán, irán cayendo hasta dejar la rama y el árbol desnudo, mientras la savia se irá retirando paulatinamente de las ramas para dirigirse al tronco, descenderá y finalizará en el crudo invierno concentrándose en las raíces.

Entre esa dirección ascendente y exterior del ciclo yang y la contraria del ciclo yin, descendente y hacia el interior,  hay esta fase del final del verano, esta etapa “TIERRA” durante la cual la energía está invirtiendo literalmente su sentido o dirección. De arriba a abajo y de afuera hacia adentro se ha de pasar necesariamente por el centro, y he ahí el elemento TIERRA,  que significa por ello transformación y cambio.

En chino se le llama también “doyo”, que significa “transición”, por eso se relaciona este elemento con los tiempos del cambio de estación, que se producen cuatro veces al año, durante los dieciocho días previos a los dos solsticios y los dos equinoccios. Cada cambio de estación volvemos a esta quinta estación,  al elemento TIERRA,  al centro.